No es mi fin, por lo menos en
este blog, (ni creo que en mi vida) escribir entradas de contenido político; pues
no creo que la estructura haya cambiado mucho desde las épocas del absolutismo monárquico
(y una vez más queda demostrado); sin embargo esta vez me siento indignado, impotente
y triste.
Hace un tiempo un profesor (al que
detesto con todo mí ser, por cierto); como respuesta a la cantidad de opiniones
que le dábamos nosotros como estudiantes de que habíamos estudiado derecho por
su posible potencial de cambio social y de justicia nos dijo simplemente: “¿cómo
pueden ser tan ilusos?, no sean románticos…”, como quien dice: “no sean
pendejos.” Y hoy, casi dos años después me doy cuenta de que tenía razón.
Bogotá es una ciudad con más de 7
millones de personas, en su mayoría trabajadores,
personas del común, que no tienen más que el sitio en donde viven, un trabajo
(si tienen) y sus familias. No es una ciudad de lujos, no es mágica al anochecer,
ni es centro de moda alguna. Pero es importante, es la capital del país, de mi país,
es el sitio donde nací, donde he vivido toda mi vida, y donde supongo tendré que
seguir viviendo. Es por esto que me importa, es mi hogar quiera o no, y soy consciente
desde hace más o menos 10 años de como
cada vez se convierte en un agujero negro mas grande. La administración de la ciudad está a cargo
del alcalde, que como en las urbes “civilizadas” es elegido por voto popular. Es entonces
cuando, haciendo un retroceso nos damos cuenta de que; desde bolardos
innecesarios (y hasta en algunas circunstancias ubicados de manera peligrosa)
hasta el pago de reajustes de obras multimillonarias que jamás se realizarían a
particulares; Bogotá es una ciudad como sus habitantes, una sobreviviente, una verraca.
La discusión hoy no es si el
procurador tiene la facultad de destituir a un funcionario público elegido por
voto popular o no, hoy ya no importa, pues la pregunta es: ¿Por qué ahora? ¿Por
qué a él?, ¿por qué no a los demás?... No quiero defender una administración como
algo utópico o perfecto porque no lo fue y de haber continuado, a lo mejor no
lo seria, pero si algo es cierto es que Gustavo Petro, vio a los a quienes no
viven en rosales, vio a quienes no podían pagar servicios públicos o impuestos,
no por que fueran muy costosos dados los estratos de sus viviendas sino porque
simplemente tienen para el agua de panela y el pan de su diario. Petro vio una
bogota humana.
No es de comparar cual fue peor, pues
así nos acostumbramos al tamal que nos tiran en las elecciones. Es de exigir que
nos respeten, respeten nuestros impuestos, respeten nuestras viviendas,
respeten nuestro mínimo vital, respeten nuestro derecho al voto. Desde el punto
de vista legal todo está hecho de
acuerdo a derecho. ¡Claro!, no nos iban a dar “el papayaso” de violarle el
debido proceso al guerrillo ese. Pero jamás le perdonaron haber salido de donde
salió, porque no fue pobre, no salió de un barrio al sur de esta oscura ciudad,
no es protagonista de una historia de superación personal; es ex alumno de la
javeriana y del externado, ha estudiado en otros países y siempre ha estado bien
acomodado en la sociedad. Le reprochan haber atentado contra el orden
establecido, le cobrarán hasta el día de su muerte y muy posiblemente a sus
hijos haber atentado contra el status quo de la aristocracia colombiana. Y hoy
se ha demostrado.
Vivo con el miedo, pero en cierto
grado la esperanza de que un momento, un desliz, un solo acto individual,
aislado y mínimo desate toda esta rabia que corre por las calles. Porque por un
país, donde prefieren tener de gobernante a un asesino que a un académico no
vale la pena luchar. Pero sé que hay gente con hambre de cambio, necesidad de
paz, y anhelo de reconciliación. Es solo que a ellos, como a mí; la política nos
vale mierda.