Como en aquella ocasión en la que tuve que pedir al rey…
¿Eres tú, vasallo que busca resguardo o noble que anhela
grandeza? Preguntó, como indagando el motivo de mi visita
No, su realeza; no soy un vasallo andariego pues tengo
hogar, ni tampoco soy un caballero en busca de riquezas pues ya las poseo.
¿Entonces si no necesitas de mí a que has venido a verme?
Necesito de usted más que cualquier vagabundo del reino pues
por su culpa mis riquezas están malditas.
-Que insolente el pretender que puede acusar al rey de maldecir sus posesiones-
irrumpió un cortesano regordete y petulante.
Por favor continua, -intentando ignorar al gran bocón-¿Por
qué dices que no puedes disponer de tus riquezas por mi culpa?
Su majestad; es muy simple, pues soy el hombre más rico del mundo a pesar de
no tener monedas de oro o plata, ni tampoco vivo en un gran palacio con muchos
sirvientes pues no busco comodidad. Su majestad vengo a pedirle un consejo pues
mi riqueza esta en los bolsillos de otra persona.
¿Te han robado noble joven?
Si, su majestad han robado todas mis pertenencias, desde mis
poemas; que son artilugios con partes de mi alma. Hasta mi corazón que viaja a
caballo por alguna parte de su reino.
¿Y por qué hozas decir que yo soy culpable de tus penas?
Simple su majestad, usted ha encerrado en la torre más alta,
del castillo más alejado y con los guardias más fuertes a mis poemas, que tan
delicadamente he escrito para ángeles perfectos y corazones rotos.
¿Entonces quieres que mande a por tus poemas y te sean
devueltos?
No su alteza, los poemas son para usted, pues con ellos yo
ya he volado y traspasado las fronteras de este reino, y muchos reinos, he roto cadenas, liberado princesas y hasta
matado dragones, no sería justo guardarlos para mí, porque partes de un alma,
un alma solitaria como la mía que se fragmenta y queda en los corazones de
quienes lo leen merecen estar en las manos de un rey tan poderoso y compasivo
como usted.
Lo que yo quiero, si usted me lo permitiese seria que me
encerrara allá, en la torre más alta, del castillo más alejado y con los guardias
más fuertes. Donde usted ha encerrado mi corazón, con mis riquezas, con mis títulos
de noble, con mi alma y con mi amor. Porque la reina, los cortesanos y usted su
majestad pueden considerar pecado el amor de dos jóvenes que no solo tienen que luchar por no ser ambos
de reinos que se puedan unir sino con la oposición de los hombres; pero no es
pecado el amor, porque de serlo tendría que haber usted destruido mi alma y la
de mi amante, echar a la hoguera nuestros cuerpos ya amados y orar porque Dios
entienda el pecado de amar como los hombres lo entendemos, como el dogma de
odiar. Y ni con esto, ni con mil ejércitos de bellas caballerías y destructivas
armas de asedio podría destruir nuestro amor; porque ya ha existido y permanece
aún en esta sala sin importar la distancia, pues no se ama con algo que los
hombres puedan destruir; se ama con algo que solo Dios puede entender.
Y soy maldito, cargo con una maldición equivalente a mil
demonios que persiguen mis sueños y mis acciones, pues estoy vivo pero con el
corazón alejado, me muevo y hablo, pero por mi aliento ya no hay alma.
Puedes ser muy valiente por venir a pedir semejante cosa, o
muy estúpido al cuestionar mis decisiones en mi palacio. Pero hay algo cierto,
tus intenciones son puras y tu amor verdadero pero no puedo permitir que mis
decisiones sean cuestionadas ni promover tal pecado; por lo tanto tú y tu amor,
sois expulsados de este reino. No mas torres ni caballerías, jamás podréis volver
a pisar este suelo. Pero sois libres para amarse.
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