El sábado del mes que pasó, se encontraron
Lina y María al medio día frente al museo nacional, caminaron por el centro
hasta llegar a “las aguas” subir casi hasta la universidad de los andes y
encontrar un lugar oscuro, un lugar tan abyecto, quizás; como las almas de
estas dos señoritas, donde estas amigas de toda la vida, confidentes y amantes
no sentían el veneno de las miradas del resto de la sociedad.
Por otro lado, Santiago y Anna se
encontraron un par de horas más tarde, en el mismo punto, en la misma banca en
diagonal al museo que fue testigo de un encuentro similar hacia solo un rato, tal vez con
personas distintas, pero con una mirada particular; en las cuatro personas que
ese frio día capitalino vería se encontraban las mismas pasiones, esperanzas y anhelos. Caminaron por la séptima hasta el museo
nacional, donde; a la vista de todos caminaban tomados de la mano, finalmente conociéndose
en persona…
Hay sitios de Bogotá que saben más
que los libros de historia, tienen más retratos que los diarios matutinos y conservan
esa esencia mágica que solo los muros antiguos, las calles desgastadas y los
rostros arrugados pueden contar.
(…)
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